Con la puntillosa letra de Luis Elizalde y la firma del Jefe del Registro Civil de Arrecifes, Doctor Arturo J. Sardi, puede leerse en el Acta número 309, folio 309, del 2 de noviembre de 1944, el nacimiento de Rubén Luis Di Palma, a las cuatro de la mañana del 27 de octubre de 1944 -viernes- en el Cuartel I de Arrecifes. Tonto sería presumir que esta noticia hubiese ocupado algún espacio en los diarios de la época. Más aún, cuando las afiebradas redacciones eran sacudidas por títulos como éstos:
"Ejércitos Aliados desembarcan en las Costas de Normandía". "Un terremoto sacude a San Juan. Hay millares de víctimas". "El General E. Farrell Asume la Presidencia de la Nación". "Argentina rompe relaciones con el Eje". "Corren rumores sobre la muerte de Hitler".
Años más tarde, El pibe Di Palma, El Beattle Di Palma, El Loco Di Palma, comenzó a ganarse, por derecho propio, su espacio en las crónicas deportivas automovilísticas que lo tenían como protagonista.
Sin embargo, fue la barriada de Villa Sanguinetti, ubicada sobre la Ruta Nacional número 8, a un kilómetro de Arrecifes, camino hacia Buenos Aires, quien conoció mucho antes las hazañas del intrépido niño. La familia Di Palma tenía su vivienda frente a la Escuela número 16. Allí, Luis demostraba poco apego por los libros y todo su entusiasmo por la mecánica y la velocidad.
La señora Nidia Colombo de Ciminari, docente de la Escuela número 16, ofrece el siguiente testimonio:
“Él tenía a veces esos arranques que suelen tener los chicos (‘No quiero ir al colegio’) Su padre cruzó y me dijo: ‘Señora, allá está, empacado; no quiere venir. Está embromando con una bicicleta’. En el recreo lo fui a buscar. Estaba en la parte de atrás, en su casa, en un galponcito, pretendiendo desarmar la bicicleta. Me acerqué y le pregunté: ‘¿Qué estás haciendo, Luisito?’ ‘Estoy arreglando la bicicleta’, me respondió. ‘¿Qué le estás arreglando, si es nueva?’ ‘Le quiero sacar el guardabarros’.’Pero, ¿para qué se lo vas a sacar, si está bien?’ ‘Es que yo quiero hacerle otro guardabarros’. Esto demuestra que en él había ya un deseo de innovar o de pensar qué podía hacerle a ese vehículo, que seguramente tenía suma importancia para él.”
La señora de Ciminari sigue hurgando en sus recuerdos:
“Dado que eran tantos alumnos a mi cargo, se hacía un solo recreo de media hora. Allí jugaban al fútbol. Ese día lo convencí de que viniera porque, caso contrario, su equipo al tener un jugador menos, iba a perder; me respondió: ‘Bueno, voy ¡pero no a trabajar!’
Sin embargo, vino con su cartera. Estuvo un rato de brazos cruzados y, cuando comprobó que se aburría, comenzó a trabajar como si nada hubiera pasado”.
Luis, en ácida autocrítica, confiesa: "Yo era malo para el fútbol".
Tal vez por eso, aún hoy, muchos arrecifeños recuerdan que los domingos, cuando se jugaba al fútbol en el Estadio Municipal, Luis, un niño todavía, realizaba toda clase de acrobacias con su bicicleta frente a las tribunas. Se paraba sobre el asiento, rodaba con la rueda delantera levantada, pedaleaba sin apoyar las manos en el volante…
La refacción y ampliación de aquella precaria Escuela número 16, de Villa Sanguinetti, motivó el traslado de sus alumnos a la Escuela número 5 -ubicada en Barrio Palermo-, también sobre la Ruta Nacional número 8. A esta escuela concurrían los mellizos Jorge y Raúl Porta. Allí nacería una amistad que se prolongaría en el tiempo y les permitiría escribir varios capítulos de la historia automovilística de nuestro país.
Jorge Porta, el Inglés, deja por un instante el carburador en el cual está trabajando y, no sin un dejo de nostalgia, recuerda: "Luis tenía una bicicleta inglesa, con gomas anchas y un carrito Monterrey, que su padre le había comprado para que fuera a buscar el pan para la Parrilla. Por eso, diez minutos antes de la hora de salida del colegio, le permitían retirarse. Mientras tanto, nosotros formábamos fila en el patio, Luis pasaba de vuelta en su bicicleta y, pese a llevar el carrito detrás, nos ofrecía algunas demostraciones acrobáticas que, por supuesto, eran festejadas por todos nosotros. Tiempo después, el padre compró una moto Gilera 300. Como te imaginarás, Luis concurría a la escuela con la moto y el carrito detrás. Ahora sus pasadas, cerca del mediodía, eran más espectaculares aún".
Luis Di Palma, para el Registro Civil Rubén Luis, recordaba su tránsito por las aulas: "Yo pasé de grados por la habilidad que tenía para el trabajo manual. Me la pasaba reparando bancos, armarios y otras cosas". Repárese en esta sentencia de Luis. En su vida, prevaleció el trabajo artesanal por encima de la equilibrada balanza del Debe y del Haber. (del libro:"Por siempre Di Palma", de Raúl Gattelet y Oscar Giacone)
Fotos: pilotoslasparejas y Chelo Tártara
1 comentario:
Que lindo haberte podido conocer y compartir algunos almuerzos en la cual servias los fideos con estofado riquisimos.Tengo gravado en mi alma mis caminatas por el hangar mientras salias y venias con valentina muy chiquita con tu pasion de volar.
Saludos Luis todos estaremos por donde estes.
Fernando
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